Equipo Correo del Alba.
A sus cortos cinco años, con letra enrevesada y un dibujo
juguetón, Ernestito (o “Teté”) escribió la primera de sus cartas –práctica que
mantendrá durante toda la vida–, dirigida a una tía paterna: “Alta Gracia,
12-16. Querida Beatriz, recibí tu carta y los cuatro libros… Recibe un abrazo
de Ernestito”.
Unos cuantos celuloides y decenas de fotografías, así como
numerosos relatos de familiares y amigos, y hasta sus propias libretas
personales, dan testimonio de la infancia del más universal de los americanos,
Ernesto Che Guevara.
De vaqueros e indios
Descendiente de migrantes irlandeses y de un virrey de Nueva
España, Pedro de Castro y Figuera, por parte de padre, de estancieros criollos
y un abuelo afiliado al radicalismo que participó en la revolución de 1890 y
que después se quitó la vida navegando rumbo a Europa, por parte de madre,
fueron, sin embargo, las historias de los abuelos Guevara las que le sedujeron
en sus primeros años, quizás porque habían apostado el destino en California,
región aurífera y escenario favorito de las películas del lejano oeste.
Una foto en el pueblo cordobés de Altagracia, fechada en
1937, ilustra a un Ernestito, de nueve años, con penacho e indumentaria de
indio, y a su hermano Roberto, de siete años, vestido de vaquero. Para entonces
ya se ha acostumbrado a jugar tiro al blanco junto a su padre. Y, según cuenta
su hermana Ana María, ha arruinado una obra teatral colegial tras creerse más
de la cuenta el papel de boxeador que le ha tocado representar con su hermano,
a quien le propinó un desmedido golpe sobre las tablas, dando paso a la
bataola.
Los rebeldes de la burguesía
Ernesto Guevara Lynch y Celia de la Serna, padres de
Ernestito, se conocieron a inicios de 1927 y, antes de acabar el año, se
casaron.
Huérfana desde la adolescencia, criada por sus hermanas y
una tía, formada como novicia en el Sagrado Corazón, Celia era aún menor de
edad cuando se emparejó con Guevara Lynch. Tiempo después abrazó las ideas liberales
de izquierda y rápidamente se transformó en el arquetipo de la mujer “moderna”
de Altagracia, su pelo corto, el gusto por los cigarrillos y sus dotes de
conductora harían temblar a los mojigatos de la aristocracia argentina.
Pero don Ernesto no quedaba atrás. Constructor civil y
distinguido bailarín de tango, voraz lector y apasionado contador de cuentos,
dedicará su existencia a materializar sueños y empresas que fracasarán una tras
otra, hasta quedar prácticamente en la ruina económica. ¿La más nefasta? Socio
y encargado de un astillero de yates de lujo en San Isidro, en que, además de
sumar números rojos, verá literalmente incendiada su inversión, salvando sólo
una pequeña canoa donde Ernestito hará sus primeras navegaciones por el río
Paraná.
Nacer en Rosario
Sus primeros años de matrimonio los Guevara de la Serna lo
pasarán en Caraguataí, una población que no alcanza el centenar de habitantes,
ubicada en la provincia de Misiones, a 1.800 km. de Buenos Aires.
Es allí, donde en un nuevo y teóricamente auspicioso
negocio, Ernesto padre invertirá su fuerza y parte de su fortuna en adquirir un
campo de 200 hectáreas que dedicará a las plantaciones de yerba mate y
explotación de maderas preciosas.
Es precisamente en esa región, en la que confluyen los ríos
Paraná y Uruguay, y el clima se torna tropical y húmedo, y la naturaleza
frondosa y desafiante, donde Ernestito aprende a caminar al tiempo que sufre
sus primeras crisis asmáticas.
Igualmente es el pequeño muelle de madera de Caraguataí el
que ve alejarse a Ernesto y Celia con destino a Buenos Aires, para dar un
cómodo nacimiento a su primogénito. Pero, el plan original se frustra, el parto
se adelanta y, contra todo pronóstico, Celia es internada en el Hospital
Centenario, naciendo el sietemesino Ernestito a las tres y cinco de la
madrugada del 14 de junio de 1928. ¿Los testigos y firmantes del acta? Un
taxista brasileño y un tío paterno que se apersona con la misma urgencia.
Celia, el asma y los juegos vertiginosos
Es probable, según consignan algunos biógrafos, que la madre
haya trasmitido genéticamente el asma a Ernestito, ya que padecía de la misma
enfermedad.
Sin embargo, don Ernesto, con los años rememoró un episodio
que marcará a fuego la vida de su hijo. En uno de sus habituales baños en
Misiones, Celia no le abriga al niño que, al caer la tarde, continúa en la
ribera del Paraná, hasta que de pronto irrumpe una tos que le impide respirar.
El diagnóstico médico es unánime: crisis asmática, misma que le perseguirá
hasta el fin de su vida.
Su condición de enfermo crónico determina que la familia
inicie un peregrinar en busca de un lugar adecuado para la salud del menor. La
“tierra prometida” la encuentran en Altagracia, provincia de Córdoba, donde
Ernestito vivirá desde los cinco a los 17 años.
A causa de sus crisis asmáticas Ernestito sólo cursará
segundo y tercer año de la escuela; de cuarto a sexto su asistencia será más
que interrumpida. Por eso será Celia, de cultura avasalladora y dominadora del
idioma francés, la que le enseñe a leer y escribir, y en general a amar las
novelas y poesías. En la adolescencia un Ernesto maduro confesará su afición
por las obras de Verne, Dumas, Salgari y de Cervantes.
¿Crecerá normal?
Hay coincidencia en las amistades de Altagracia de los
Guevara de la Serna al momento de referirse a esta familia. Padres bohemios,
progresistas y de cultura exquisita. Y ¿los hijos? Cuatro niños traviesos,
jugadores de fútbol, policías y ladrones, rayuela, y sumamente dadivosos y
prestos a relacionarse con los hijos de los campesinos y gentes pobres del
pueblo; cursan la escuela pública.
Luego de velar con extremo cuidado por la salud del mayor,
un día la madre, según cuenta la familia, les dice a todos: “Ernestito crecerá
normal, igual al resto”. Entonces el niño se vuelve un devoto por los juegos
riesgosos, arma trincheras en el fondo del jardín de la casa –para replicar la
Guerra Civil Española–, monta a caballo, concursa con éxito en torneos de
pingpong y se convierte en un talentoso jugador de ajedrez.
La temeridad de Ernestito y la afición por deportes como el
rugby forjarán su carácter y nos harán pensar acerca de su constante prueba a
sí mismo para alcanzar sus propósitos.
(Tomado de revista Correo del Alba No. 63, mayo-junio 2017)
(Tomado de revista Correo del Alba No. 63, mayo-junio 2017)
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